Yo, Lector: Mariana

 

Escribo estas líneas con la profunda indignación de una ciudadana que ya no puede callar frente a la humillación disfrazada de política económica que estamos viviendo. Estoy harta de ver cómo se venden los intereses de nuestro país al mejor postor, generalmente con acento extranjero y bandera estadounidense.

Cada decisión que se toma desde los altos cargos parece más pensada para contentar a los acreedores del norte que para aliviar el hambre, la pobreza o el desempleo de nuestra gente. Nos dicen que “no hay otra alternativa”, que debemos “ajustarnos el cinturón”, pero nunca son ellos —los que gobiernan desde cómodos despachos— quienes sufren las consecuencias. Somos nosotros, el pueblo, los que cargamos con la inflación, los recortes, la precarización y la incertidumbre.

Y mientras tanto, se abren las puertas de par en par a las multinacionales extranjeras, que saquean nuestros recursos naturales, explotan a nuestros trabajadores y se llevan las ganancias sin dejar nada más que contaminación y desigualdad. ¿A esto le llaman inversión? ¿A esta entrega de soberanía le dicen desarrollo?

No quiero vivir en una colonia disfrazada de república. No quiero que nuestras decisiones económicas las dicte el Fondo Monetario Internacional o la embajada de Estados Unidos. No quiero que mi país funcione según los intereses de Wall Street, sino según las necesidades del pueblo que lo habita y lo construye todos los días con su trabajo.

Exijo una política económica que priorice la producción nacional, el trabajo digno, la justicia social y la soberanía. Exijo que nos devuelvan el derecho de decidir nuestro propio destino sin tutelajes ni condicionamientos externos.

No somos una mercancía. No somos un territorio en venta. Somos un país, con historia, con cultura, con dignidad. Y merecemos que nos gobiernen con coraje y con lealtad a su pueblo, no con servilismo hacia el poder extranjero.

Atentamente,
Una ciudadana que no se resigna.



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